Inauguramos esta sección, con un regalo de la mano de mi amigo, el escritor C.J. Benito. Se trata de un relato erótico-paranormal, que me ha cedido para publicar en esta sección en el blog y que espero, os haga disfrutar tanto como a mí. Gracias Carlos.
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Oscura presencia
Delia
se quedó dormida en la estación, acurrucada junto a su equipaje, el
autocar se había averiado y no conseguían otro de sustitución.
Después de más de seis horas, los incómodos asientos negros
resultaban algo más apetecibles, abrió los ojos y comprobó con
alivio que su enorme maleta color vainilla y el resto de bolsos
seguían con ella. El conductor del autocar estaba gritando que los
pasajeros con destino a New York podían subir al autocar.
Aún
aturdida por el sueño agarró los bolsos y tiró de la pesada maleta
por la vacía estación de autobuses. El conductor le ayudó a meter
su equipaje en las entrañas del vehículo, de mala gana subió las
pequeñas escaleras y se acomodó en su estrecho asiento. No podía
creer que hubiera pillado a Gabriel en la cama con otra, el muy
bastardo le había pedido matrimonio. Asqueada de la vida y de los
hombres, cerró los ojos y trató de dormir, el viaje sería largo.
A
las doce de la noche el autocar aparcó en la estación de autobuses
de New York, Delia recuperó su equipaje y tomó un taxi hasta su
apartamento en la torre Lein. El tráfico era denso aún a esas
horas, por lo que le pareció increible cuando por fin llegó a su
apartamento y soltó el equipaje en el salón.
Caminó
hasta la nevera y sacó un refresco de cola, tiró de la anilla y le
dio un sorbo, estaba sedienta.
—¡Puñetero
Gabriel!
A
primera hora de la mañana, Delia se levantó de la cama y caminó
hasta la ventana, le gustaba contemplar la ciudad a esas horas, su
edificio era de los más altos, lo que le permitía una vista
privilegiada. Podía ver las luces de los acristalados rascacielos,
la iluminación de la ciudad llena de tonalidades azules, amarillas y
naranjas que contrastaban con el amanecer.
Una
ciudad bella que ya no le resultaba tan acogedora, se sentía
destrozada, sin vida, cuando todo parecía prometer una vida feliz
junto al hombre perfecto... ahora no tenía nada, ni siquiera le
quedaban fuerzas para seguir adelante, ¿para qué?
Después
de tomar un café bien cargado, tomó el ascensor hasta el parking y
caminó por el asfaltado suelo en dirección a su trastero. Abrió la
puerta y contempló su moto por unos instantes. Era domingo y no
tenía que ir a trabajar por lo que disponía de campo libre. Se
montó sobre la moto, introdujo la llave y encendió el motor que no
tardó en responder con un agradable ronroneo. Abandonó el parking
como una exhalación y surcó las calles a toda velocidad, ya no
sentía ningún temor por sufrir un accidente a decir verdad lo
deseaba, acabar de una vez con una vida sin sentido.
Pasó
el resto del día conduciendo la moto de un lado a otro, se acercó a
un restaurante y se detuvo junto a la fachada de la vieja fábrica de
cartón. Desde allí podía ver a las parejas que disfrutaban de un
agradable y romántico almuerzo. Sentada en su vieja Harley
frotándose las manos con nerviosismo, sintiendo el calor que le
proporcionaban sus pantalones de cuero frente a su camiseta de manga
corta. Los miraba con envidia, ella podía haber disfrutado de esos
placeres pero ahora estaba sola. Entre lágrimas condujo la moto de
regreso al apartamento, no se molestó en guardarla en el trastero,
la dejó apoyada contra una pared y tomó el ascensor. No podía
dejar de llorar, parecía una tonta colegiala pero era incapaz de
dominarse. En cuanto las puertas del ascensor se abrieron corrió
hasta su apartamento, sacó la llave, abrió la puerta y entró. De
repente todo le parecía desconocido, nada le resultaba familiar,
nada... una idea cruzó su mente. Caminó hasta el cuarto de baño y
llenó la bañera, luego cogió una maquinilla de afeitar que solía
usar para repasarse las piernas y la desmontó. Allí estaba ella,
contemplando la cuchilla de metal que parecía brillar con la luz del
baño. Se desnudó y se introdujó en la bañera. El agua estaba
caliente, ese sería su último momento de paz. Agarró la cuchilla y
se practicó un corte en cada muñeca, luego dejó caer las manos
dentro del agua que no tardó en mancharse con su sangre.
Poco
a poco se sentía más débil y un sueño agradable parecía querer
apoderarse de ella. Un extraño humo negro surgió de la nada y poco
a poco se fue condensando, Delia lo observó con curiosidad hasta que
perdió el conocimiento.
El
humo fue ganando consistencia hasta acabar formando un cuerpo de
aspecto humano. Un hombre de pelo castaño apareció en mitad del
baño, mirándola con ojos fríos. Su cuerpo musculoso estaba
cubierto con un chaleco de cuero negro que dejaba ver su definido
torso y un pantalón también de cuero de idéntico color. Sus botas
militares producían quejidos en el suelo de madera a cada paso que
daba. El hombre miró con sus ojos grises a Delia que parecía
dormida, introdujo el dedo índice de su mano derecha en el agua de
la bañera y rápidamente toda la sangre derramada empezó a regresar
hasta las muñecas de ella, las heridas desaparecieron y lentamente
Delia abrió los ojos.
No
podía creer lo que veía, ¿quién sería ese hombre de aspecto
feroz que la miraba con ojos lascivos?
—Sal
de la bañera y acompáñame. —ordenó el extraño.
Delia
obedeció sin poder creer lo que estaba haciendo pero por alguna
razón se sentía incapaz de desobedecerle.
El
hombre la cogió de la mano y la llevó hasta la cama donde sin
ningún pudor se despojó del chaleco y abrió la cremallera de su
pantalón.
—Ya
sabes lo que tienes que hacer.
Delia
se sentó en el borde de la cama invadida por un fuerte deseo que la
inducía a hacer lo que jamás creyó capaz de poder hacer. Introdujo
la mano en el pantalón de aquel hombre y sacó su miembro, luego se
lo llevó a la boca y lo succionó con los labios, jugando con su
lengua y disfrutando con él. Aquel hombre echó la cabeza hacia
atrás, mostrando sus dientes blancos y una expresión de placer.
Continuó
lamiendo su miembro hasta que él la apartó con brusquedad, la miró
con ojos impenetrables como si algo lo turbara. Desabrochó su
cinturón y el botón del pantalón, se deshizo de las botas y del
resto de la ropa con una rapidez inquietante, como si la ropa se
desprendiera de su cuerpo sin necesidad de ser retirada.
Agarró
a Delia por los hombros y la empujó con fuerza haciéndola caer
sobre la cama. Con un gesto felino, saltó sobre ella y por unos
segundos sus miradas se cruzaron. No había amor en esos ojos, solo
frialdad y un oscuro deseo.
Con
un gesto de sus manos la indujo a mover las piernas para dejarle vía
libre hacia su sexo. Delia se ruborizó, no entendía por qué era
tan sumisa. El extraño se deslizó entre sus piernas y acercó su
suave rostro hasta frotarlo contra su sexo húmedo y deseoso de
atención. Su lengua acarició tan delicada zona con gran maestría,
provocando que ella soltara un gemido de placer que se incrementó al
sentir sus caricias sobre su clítorix.
—¿Te
gusta lo que te hago?
Delia
no podía contestar, estaba avergonzada, no entendía el efecto que
aquel hombre provocaba en ella ni qué hacía en su apartamento, lo
último que recordaba fue ese humo negro en el baño.
—¡Responde
a mi pregunta! —gritó el extraño.
—Sí..
me gusta. —respondió ella casi en un susurro.
El
hombre aumentó la presión de su lengua y ella se estremeció
arqueando su pelvis mientras sus manos acariciaban el pelo de aquel
extraño que la estaba colmando de placer. No pudo más... el orgasmo
parecía querer partir su cuerpo en dos, jamás había sentido nada
tan intenso.
—No
creas que esto ha acabado. —dijo el extraño sonriendo mientras se
tumbaba sobre ella y la penetraba con fuerza.
Delia
no podía entender nada, su cuerpo reaccionaba a sus embestidas con
oleadas de placer que la agitaban con fuerza, su corazón latía
desbocado y sus brazos se aferraron a la espalda de aquel hombre. Era
ella pero no actuaba como ella era en realidad. El hombre se giró y
la arrastró en su giro, quedando ella sobre él.
—Múevete
y dame placer. —ordenó aquel hombre que ahora acariciaba sus
pechos con delicadeza, masajeándolos mientras con la punta de sus
dedos apretaba sus pezones erectos.
Delia
gemía mientras se movía con fuerza sobre él, sintiendo su miembro
cada vez más dentro como si este creciera en su interior hasta
llenar su vagina por completo. Sintió un fuerte orgasmo y una
sonrisa se dibujó en la bella cara de aquel hombre que por primera
vez parecía mostrarse menos frío. Ella se dejó caer a un lado pero
él no parecía dispuesto a dejarla descansar, se pegó a su espalda
y la penetró de nuevo. Era imposible, ¿cómo podía su cuerpo
seguir deseándolo? Su sexo cada vez más lubricado volvía a estar
excitado y con cada nueva penetración su boca liberaba un gemido.
Aquello no podía ser real. El extraño posó su mano sobre su
clitoríx y lo acarició con suavidad dejando que sus dedos la
torturaran y la llevaran a alcanzar nuevas cotas de placer. Delia
estaba a punto de sentir otro orgasmo y cuando este llegó pudo
sentir como aquel hombre experimentaba su propio climax.
El
extraño la giró hacia él, Delia se recostó sobre su pecho
masculino, exhausta y satisfecha. Él la abrazó con delicadeza,
aspirando su olor como si de la mejor fragancia se tratara. Delia se
quedó dormida envuelta por una paz que no creía ni que pudiera
existir.
De
madrugada, abrió los ojos sobresaltada. Estaba en el claro de un
bosque, la luna iluminaba tenuemente y frente a ella estaba él,
mirándola con ojos dulces aunque extraños.
Delia
contempló con asombro que llevaba puesto un vestido rojo de raso, no
entendía cómo había llegado hasta allí y desde luego ese vestido
no era suyo. El extraño se acercó a ella, la abrazó y la besó.
Ella no podía entender nada, no podía apartarse de él y mucho
menos rechazarlo, de alguna forma él era su dueño.
—Tienes
una nueva oportunidad. Olvida a Gabriel y busca a otro hombre, no
desperdicies tu vida porque no habrá más oportunidades.
—¿Quién
eres? —preguntó Delia.
El
hombre se alejó de ella y la miró sonriendo.
—¿Volveré
a verte? —preguntó Delia que ya asumía que aquello era una
despedida.
—Sí.
Pero espero que sea dentro de muchos años. Vive, sé feliz y lleva
una vida que merezca la pena.
El
hombre se alejó de ella y una bruma negra comenzó a cubrirlo, una
túnica con capucha cubrió su cuerpo. Su bello rostro se demacró
ante los ojos de Delia que contempló horrorizada como su cara se
transformaba en una calavera blanca y luminosa. De su mano brotó un
bastón que creció varios metros y de este surgió una hoja de metal
de aspecto afilado.
El
extraño hombre que le había salvado la vida, que le había amado
como nunca un hombre sería capaz de amarla, no era otra cosa que la
mismísima muerte.
Aquel
ser espectral alzó la guadaña y golpeó el suelo con el extremo del
mango de madera, Delia quedó cegada por una fuerte luz, cuando pudo
abrir los ojos estaba en la bañera y junto a ella en el borde de
esta se encontraba la cuchilla.
Por
unos instantes creyó que todo fue un sueño pero cuando miró el
espejo del cuarto de baño, unas letras empezaron a escribirse con
una sustancia que parecía sangre.
"No
habrá otra oportunidad"
Delia
se quedó mirando el espejo desconcertada pero dispuesta a seguir el
consejo que la muerte le había dado.
Luchar
por vivir una vida llena de felicidad.
Sencillamente precioso...
ResponderEliminarMuy bueno. Estremecedor, me gusto la visita de la muerte, muy productiva, jijiji. Me encanta como escribe CJ Benito.
ResponderEliminarMuy bueno :)
ResponderEliminarMe ha encantado , eres único escribiendo no cambies nunca CJ Benito
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