¡Hola a tod@s! Hoy os traigo a una autora más que interesante, Mariah Evans, que nos sorprendió con su Ciudad de Reyes este año, y que promete hacernos disfrutar con las obras que en breve verán la luz al igual que con su primera novela. Esta barcelonesa, es de esas autoras que nos acerca el romance a través de historias con acción, misterio y una pizca de erotismo. Vamos, de las que no te desenganchas cuando las lees. Además, en esta entrada podréis echarle un vistazo al primer capítulo de la novela, cortesía de la propia autora. ¿La conocemos un poco?
BIO
Mariah
Evans es el seudónimo que usa esta escritora nacida el 7 de enero de
1983, en Barcelona. Es licenciada en Derecho y en la actualidad
compagina su trabajo en la abogacía con la literatura. Le encantan los
animales, el cine y obviamente los libros. Se confiesa una lectora
empedernida desde muy pequeña y esa misma afición ha sido la que le ha
llevado a crear sus propias historias, siempre con el objetivo de hacer
disfrutar al lector.
No le gusta encasillarse en un mismo género y sus libros mezclan tanto la intriga, como la acción y el romance.
Próximas publicaciones:
- Reyes de la noche (Selección RNR - Ediciones B) en agosto : Segunda parte de la saga ciudad de Reyes
- Conflicto de intereses (Romantic ediciones) en septiembre.
- En tiempos de guerra (Editorial Kiwi) en Noviembre (en ebook y papel)
- Atrapados en la noche (Selección RNR - Ediciones B) en diciembre: Tercera parte de la saga de ciudad de Reyes.
Dónde seguirle:
Conozcámos de qué trata la novela:
La población de
Brooklyn está sufriendo una oleada de despiadados asesinatos. Una
división secreta del Pentágono, con Josh Gallager al mando, es enviada a
la comisaría principal de la zona para colaborar en la investigación.
Gallager deberá trabajar junto al Inspector de homicidios Franklyn, pero
sin revelar su verdadera misión ni las atípicas particularidades que
les caracterizan a él y a su equipo.
Sarah es sobrina del inspector y trabaja como secretaria en la comisaría. Cuando es atacada y consigue milagrosamente escapar de los depredadores que tienen aterrada a la ciudad, Josh se verá obligado a protegerla… ocultándole su más oscuro secreto.
Sarah es sobrina del inspector y trabaja como secretaria en la comisaría. Cuando es atacada y consigue milagrosamente escapar de los depredadores que tienen aterrada a la ciudad, Josh se verá obligado a protegerla… ocultándole su más oscuro secreto.
Cómprala AQUÍ
Qué opinan de ella las lectoras:
Buena trama desde el principio con personajes trabajados . Historia de
vampiros, humanos y "híbridos" divertida, amena y dinámica. Lo leí en
dos días. Estoy esperando los nuevos libros de la saga.
Es una novela que te mantiene pegada a sus páginas hasta el final, llena
de acción, de amor, de misterio, con protagonistas que dejan huella y
la autora nos presenta un mundo paranormal que nos describe a la
perfección. Estoy deseando leer la segunda parte porque me ha
sorprendido y me ha gustado muchísimo el estilo de la autora.
Me ha gustado mucho. No podía parar de leerla. Siempre acaba el capítulo
dejándote con la intriga y con ganas de empezar el siguiente.
Historia y personajes muy buen narrados. Buena historia paranormal.
En resumen, ¡¡muy recomendable!!
Historia y personajes muy buen narrados. Buena historia paranormal.
En resumen, ¡¡muy recomendable!!
Sarah: Es la
sobrina del inspector de homicidios de Brooklyn, trabaja en la comisaría con
él. Es muy metódica, organizada y responsable con su trabajo. Es un
personaje fuerte, independiente, ha tenido experiencias muy traumáticas en su
vida y eso le hace ir con pies de plomo, pero cuando se ve envuelta en toda la
trama no es la típica chica que se acobarda, al contrario, coge más
fuerza.
Capítulo 1 - Ciudad de Reyes
Adam
Boyle volvió a bajar la manta cubriendo aquel pequeño cuerpo
delgado, blanquecino, sin vida. Ya había visto suficiente. Lo justo
para darse cuenta de que una vez más se había seguido el
mismopatrón para perpetrar el asesinato.
Se
levantó de forma lenta, aún al lado de aquella joven que había
perdido la vida pocas horas antes, sin apartar la mirada de aquella
manta que se había pegado a ese diminuto cuerpo asumiendo su forma.
Se
pasó la mano por los ojos en actitud cansada, asqueado ante aquella
brutalidad.
Otra
vez aquel desgraciado había vuelto a matar. Peleas entre bandas,
robos, alguna violación… Aquello era lo normal en el distrito de
Brooklyn, pero eso, lo que estaban viviendo en los últimos meses
sobrepasaba todo lo inimaginable.
Miró
su reloj. Faltaban diez minutos para las siete de la mañana. Aunque
el calor era ya sofocante a esa hora y el sol comenzaba a brillar con
fuerza, un repentino escalofrió recorrió su columna.
Era
la séptima víctima en los últimos cuatro meses. Alguien se estaba
tomando muy en serio su trabajo. No hacía falta que la forense
determinase cuáles eran las causas de la muerte. Las sabía de
memoria, pues en las últimas seis víctimas habían sido las mismas.
Ladeó
el rostro en dirección contraria al cadáver para observar cómo la
gente comenzaba a amontonarse tras la cinta con la que habían
precintado la calle.
Se
llevó la mano al bolsillo y sacó un chicle de menta mientras
reflexionaba, observando la acera en busca de pistas. Se lo llevó a
la boca y comenzó a masticar de forma fuerte, intentando controlar
el ardor que comenzaba a apoderarse de su estómago. La gente se
golpeaba con los codos intentando conseguir una posición
privilegiada desde la que observar el cadáver.
Soltó
un exabrupto y caminó con los brazos en alto hacia todos ellos.
—Vamos…
¡Largo de aquí! No hay nada que ver —exclamó de malos modos
caminado de forma lenta, aunque una vez más la gente no pareció
escucharlo y, contrariamente, los codazos entre ellos se hicieron más
intensos.
Adam
suspiró mientras observaba que varios de sus hombres intentaban
tapar toda visión a los visitantes chismosos.
¿Por
qué se comportaban de aquel modo? Ansiosos por ver el cadáver de
una chica joven que había sido asesinada de una forma tan brutal.
Como si aquella escena morbosa incrementase su adrenalina.
En
los altos edificios que lo rodeaban vio que varias familias
contemplaban el escenario desde sus ventanas o balcones.
«¿Es
que no tienen otra cosa que hacer?» Gritó en su interior, aunque
ninguna palabra salió de su boca. ¿Para qué?
Giró
su rostro movido por el rugido de un motor a su izquierda mientras se
frotaba las manos cubiertas por unos frágiles guantes de látex.
Susanne
Kern bajó del todoterreno con su actitud masculina, sin un magistral
cruce de piernas, simplemente dando un salto y sujetando su maletín
de plástico duro. Se inclinó para pasar por debajo de la cinta con
la que habían cercado el perímetro policial y su cabello corto
teñido de un rojo chillón se ondeó hacia los lados al hacer el
gesto. Vio cómo se colocaba los guantes de látex mientras caminaba
hacia él aumentando su ritmo y con una leve sonrisa en su rostro.
—Buenos
días.
—Doctora
—pronunció a modo de saludo situándose a su lado y guiándola
hacia el cadáver.
Se
arrodilló al lado de la manta, miró un segundo hacia atrás para
contemplar a toda aquella gente y descubrió de forma lenta el
cadáver de la muchacha.
—Joder
—exclamó Susanne examinando el rostro desfigurado de la chica.
Su
piel estaba absolutamente blanca, aunque sus labios aún mantenían
la suave capa de pintalabios escarlata. Su cabello negro, largo,
estaba esparcido por la acera, pegado con rastros de sangre seca.
Llevó
su mano hasta uno de los ojos y se lo abrió de forma delicada, como
si no quisiese hacerle daño. Sacó su pequeña linterna y la enfocó
directamente hacia su pupila. La tenía extremadamente dilatada,
prácticamente no podía apreciarse el color miel que alguna vez
había resplandecido en aquellos enormes ojos.
Le
ladeó el cuello mientras buscaba en su maletín con la otra mano un
poco de algodón y unas pinzas. Allí estaba de nuevo. La marca del
asesino. Dos orificios en el cuello, de una profundidad considerable
y totalmente carbonizados.
—Santo
Dios —exclamó Susanne pasando de forma delicada el algodón por
aquella herida, intentando absorber lo que serían las últimas gotas
de sangre que quedarían en aquel cuerpo—. Ha vuelto a seccionar la
carótida.
Adam
se colocó a su lado y observó los dos agujeros en la garganta de la
muchacha, su anchura, la presión con la que deberían haberle
clavado aquellos utensilios para poder acceder hasta la vena. Intentó
recomponerse y se pasó una mano por el pelo.
—Lo
ha hecho más veces —pronunció casi en un susurro. Susanne lo miró
como si no comprendiese lo que quería decir. Adam bajó un poco más
la manta y extrajo con delicadeza uno de los brazos de la chica. Le
giró la mano y se la mostró a la doctora. En su muñeca aparecían
dos agujeros más, idénticos a los de la garganta.
—Y
no son los únicos. También tiene otra marca en la ingle.
La
doctora sujetó la muñeca y la observó detenidamente.
Sabía
que aquello se salía del patrón. En las últimas seis víctimas
solo habían encontrado aquella marca carbonizada en la garganta,
pero ahora había más agresividad, como si hubiesen querido que su
víctima se desangrara más rápido.
—La
cubital y la femoral —susurró la doctora señalando la mano y la
ingle—. Le ha perforado tres arterias.
Adam
se levantó, apartándose del cuerpo de la víctima unos pasos para
dejar hacer su trabajo a los camilleros. Llevarían el cuerpo al
hospital para que la forense lo estudiase a fondo aunque, realmente,
no necesitaría leer el informe forense para saber lo que aquella
muchacha había sufrido.
Miró
por toda la acera examinándola una vez más, intentando encontrar,
aunque fuera tan solo una gota de sangre.
Frankie
Griffith avanzó hacia su despacho con furia, sorteando y medio
empujando a todo aquel que se interpusiese en su camino. Abrió la
puerta y descolgó el teléfono que sonaba sin cesar
—Frankie
—respondió mientras soltaba un montón de archivos sobre la mesa,
en la que una pequeña pantalla de ordenador flotaba sobre todos los
papeles desperdigados.
—Voy
hacia la comisaria —anunció Adam. Frankie pudo escuchar el sonido
del motor forzado de su vehículo tras su voz.
—Sorpréndeme.
—Fue sentándose lentamente en la silla y cogió un bolígrafo y
papel.
—La
séptima —susurró Adam.
Frankie
dejó el bolígrafo sobre la mesa, como si este le quemase y miró
hacia la puerta aún medio abierta. Un par de administrativas lo
contemplaban algo tensas. Sabía que su carácter no despertaba
simpatías entre el resto de policías y personal administrativo,
pero él mismo se había obligado a ser así. Ocultaba tras un muro
de hormigón todos sus sentimientos y respondía con voz fría
carente de actitud a cualquier pregunta. A sus cincuenta y cinco años
gozaba de una reputación y esto lo había conseguido gracias a un
carácter agrio y muchos años de duro trabajo.
Se
levantó de un salto, fue hacia la puerta sin soltar el teléfono y
la cerró con un portazo. Esto se iba a poner feo.
—Cuéntame.
—No
hay nada que contar, Frankie. Es lo mismo de siempre.
Se
encaminó hacia la silla y se sentó en ella como si estuviese
agotado. Pasó su áspera mano por los ojos frotándoselos.
—Por
Dios —exclamó realmente exhausto—. Maldito hijo de…
—Frankie
—le interrumpió—. Me parece que este tipo sabe que vamos tras su
pista.
Se
incorporó en su asiento y no dijo nada, esperando que Adam
continuase.
—Hay
tres marcas, no una.
—Joder.
—Arremetió contra la mesa con un fuerte golpe que alertó a todas
las administrativas de la comisaria.
—La
misma de siempre, en el cuello —continuó explicando—, pero hay
dos más. Una en la muñeca y otra en la ingle. —Se aclaró la voz
y prosiguió—. Se ha desangrado antes.
—¿Había
rastros de sangre?
—No.
Solo unas gotas secas en el cabello.
—Maldito
cabrón —medio gritó—. ¿Ha ido el forense?
—Sí.
Susanne… La doctora —se corrigió—, me ha dicho que tendrás el
informe mañana.
—¿Para
mañana? Ni hablar, lo quiero para esta tarde —dijo en un tono que
no admitía protesta.
Aun
así Adam intervino. Al fin y al cabo, más de veinte años de buena
relación con su jefe le permitía algún lujo.
—Lo
dudo. Hay que examinarla a conciencia. —Entrecerró los ojos
mientras se detenía ante el semáforo y suspiró—. Si no estás de
acuerdo, Frankie, llámala tú mismo y coméntaselo.
—Y
tanto que la llamaré. Quiero saber la hora exacta de la muerte, con
qué producto carboniza esas heridas, quiero saber cualquier cosa que
haya en ese cuerpo.
—Si
te sirve de algo, he investigado un poco a esa joven…
—¿Y?
—preguntó inquieto.
—Martha
Lacius, prostituta… Algunos vecinos de los alrededores me han
comentado que a veces solía colocarse un par de esquinas por debajo
de donde ha aparecido. Incluso uno asegura que ayer la vio sobre las
doce de la noche.
—Que
venga a hablar ese tipo conmigo.
—Ya
le he cogido su teléfono, me ha dicho que no tendrá problemas en
pasarse por comisaría en cuanto le llamemos.
—Llámalo.
Que venga ahora mismo. Y a ti te quiero aquí ya —ordenó justo
antes de colgar sin esperar respuesta.
Juntó
las manos y miró sus dedos entrelazados. Nunca se había encontrado
con un asesino tan metódico, organizado y letal. Por Dios, siete
víctimas en cuatro meses y ni un solo dato hacia donde poder
encaminarse, ni un solo descuido al que ellos pudiesen agarrarse. Ni
una huella, ni cabello, ni una gota de su sangre, ni siquiera
encontraban muestras de piel bajo las uñas de las víctimas.
Aquello
era desquiciante.
Se
pasó la mano por la frente notando que un ligero sudor frío vagaba
por ella. Se levantó y corrió hacia la puerta.
—Sarah,
tráeme un café, ya —gritó sin mirar hacia fuera.
—Perdón,
inspector… —Otra administrativa se colocó delante de él, algo
inquieta—. Su sobrina no llega hasta las ocho y media. —Señaló
el reloj de pared que colgaba en una columna. Las ocho en punto—.
Se lo traeré yo misma —susurró mientras se alejaba a paso rápido.
Sarah
Griffith bajó del tren mientras colocaba con un movimiento sutil el
New York Times bajo su brazo. Cogió fuerte su bolso y avanzó entre
las numerosas personas que caminaban por la calle. Aquel bullicio la
estresaba, gente corriendo de un lado a otro, comerciantes con su
carro de café y bollos calientes, impidiendo un paso fluido. Aún le
daba tiempo para tomar un café y desayunar en condiciones antes de
entrar a trabajar.
Tomó
la calle a la derecha y avanzó por ella un poco más
descongestionada de gente, lo cual le permitía un paso más largo y
rápido. Dios mío, el calor era sofocante a esas horas de la mañana.
Se pasó su rizo rubio por detrás de la oreja y se subió un poco
más la pinza con la que sujetaba el resto de su larga melena.
Se
había puesto los tejanos largos y una camiseta azul marino, a
conjunto con sus ojos.
Decididamente,
mañana se pondría algo más fresco. No comprendía cómo a esas
horas el sol podía deslumbrar tanto. Odiaba el verano en Nueva York,
sobre todo si a aquel espantoso calor se le añadía una muchedumbre
de personas.
A
lo lejos ya veía la comisaría. Llevaba trabajando ahí desde hacía
poco más de un año. Al principio le había entusiasmado la idea de
trabajar con su tío, posteriormente y tras pocos días de trabajo se
había dado cuenta de que aquello no era diferente a ser una
administrativa en una empresa o multinacional.
Ella
no había deseado eso. Se había licenciado con unas magníficas
notas en la universidad de Columbia, en la facultad de derecho. Pero
tras finalizar la carrera y echar algunos currículos en prestigiosos
bufetes esperando que su buen apellido la ayudase, no había logrado
nada. Ni siquiera una simple llamada, ni una entrevista. ¿Cómo iba
a rechazar lo que su tío le ofrecía?
Aunque
hacía ya más de cinco años que no vivía con él siempre había
estado a su lado, ayudándola, haciéndose responsable de ella.
Aquella
idea lúgubre cruzó su mente. Desde la muerte de sus padres once
años atrás siempre había estado a su lado, la había acogido en su
casa y se había preocupado por labrar un futuro para ella. Y mira
dónde había acabado. Trabajando con él en la comisaria.
Suspiró
y aceleró el paso. Ella siempre había querido estudiar derecho
antes de la muerte de sus padres. Su padre, un juez respetable, había
infundido en ella la idea de lo que era la justicia y la libertad,
haciéndole valorar su trabajo. Pero todo esto cambió tras su cruel
asesinato. Lo recordaba bien, aún no lograba quitárselo de la
cabeza ni creía que fuera a quitárselo nunca. A veces, todavía
temblaba cuando el timbre de su puerta sonaba, esperando a que
apareciese otra patrulla de la policía junto a su tío para
informarle de un fatal suceso. Desde ese momento había perdido toda
su fe en la justicia, en todo lo que su padre había cultivado con
tanto amor durante todos sus años de vida. Fue su tío el que la
forzó a estudiar, el que le ayudó a superar su sufrimiento, como si
en parte, el hacer de ella toda una mujer se lo debiese a su hermano.
Y así era.
Frankie
Griffith la había acogido en su casa junto a su esposa como a una
hija. A menudo pensaba que se esforzaban tanto con ella porque era lo
más parecido a un hijo que tenían, como si aquello pudiese aliviar
su pena por no poder tener descendencia; pero más tarde, tras varios
años, había llegado a sentirse cómoda en aquella casa, a ver a
Margharet como una tía cariñosa y amable.
Nunca
habían querido sustituir a sus padres. Tras reflexionar, había
comprendido que la protegían tanto porque era lo único que les
quedaba de su único hermano y cuñada.
Suspiró
y subió el bordillo con un ligero saltito.
Iba
justo a abrir la puerta del bar cuando contempló que Adam Boyle
salía del coche de policía, acompañado de varios agentes más y se
metían a toda prisa en la comisaría.
Una
ligera electricidad recorrió su cuerpo haciendo que, a pesar de
aquel sofocante calor, la piel se le erizase.
Había
ocurrido algo, lo sabía, podía presentirlo. Dejó que la puerta del
bar se cerrase y comenzó a caminar a paso ligero hacia la comisaría.
Había
comenzado a subir las escaleras que llevaban a la entrada cuando
observó que un taxi aparcaba en la misma puerta de la comisaría, en
un lugar reservado para sus coches.
Se
detuvo un segundo contemplando el coche, esperando que alguna persona
herida o histérica se apeara del vehículo dispuesto a denunciar a
algún ladrón o agresor.
Para
sorpresa de Sarah un hombre con traje salió de él. Tenía cara de
pocos amigos. Joven pero demasiado serio para su gusto. Alisó su
chaqueta y la examinó un segundo antes de cerrar la puerta de un
portazo. El taxi se puso en marcha dejándolo en medio de la calle,
observando cada uno de los cuatro pisos que tenía el edificio.
Quiero agradecer a Mariah Evans su colaboración en esta sección, amabilísima siempre. Y te deseo mucha suerte con todos tus nuevos trabajos, que no son pocos.
Vosotros ya sabéis, a devorar Ciudad de Reyes, y a prepararse para todo lo que nos tiene preparado esta autora.
Hola!! Soy Mariah Evans!! Muchísimas gracias por tu apoyo :)
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