¡Hola amig@s! Hoy os traigo un relato de un autor novel que escribe bajo el seudónimo Fifth Capricorn. Deciros que muy prontito, podremos leer su primera novela, pero hasta ahí puedo leer... Quiero darle las gracias por la confianza que me ha concedido para dar a conocer su trabajo en este blog.
Allá vamos, pero antes de adentrarnos en "Amantes oníricos" conozcamos un poquito a este autor.
¿Quién es Fifth Capricorn?
Fifth Capricorn es el seudónimo con el que Víctor Díaz firma cada uno de sus escritos. Este joven madrileño de 18 años de edad, mostró un interés por la literatura desde muy pequeño. Prefería quedarse en la biblioteca leyendo un cuento que en la calle, donde el deporte no era su punto fuerte. Siempre supo compaginar su amor por la lectura con su educación, aunque sus compañeros de clase nunca tuvieron una buena relación con él. Al mudarse a Barcelona en su adolescencia, empezó a despertar su vena creativa y comenzó escribiendo canciones (que no lo ha dejado). Cierto mes de septiembre, conoció a una escritora que le hizo dar otro paso adelante y empezar a narrar historias romántico-eróticas sin importar quienes fueran los protagonistas y su sexualidad. Si no está escribiendo, seguramente está estudiando, paseando por la ciudad o simplemente escuchando todas las canciones de su grupo favorito: Maroon 5.
AMANTES ONÍRICOS
A veces confundimos la
realidad con el mundo de los sueños. Pensamos que nuestro mundo
onírico es el mundo real. Podemos creer que hemos ganado la lotería
y vivimos en una mansión a las afueras de Madrid con bellas mujeres
cuando, en realidad, estamos boca abajo en la cama de un ático del
centro más excitados de lo normal. Yo, Marcos Núñez, dirigente de
la empresa PMB S.A. encargada de un transporte público ecológico y
eficiente, siempre me ha gustado hacer mi trabajo porque creo que es
posible un mañana mejor. Aunque sería mucho más feliz si estuviera
con mi mejor amiga, Amanda.
La conocí en el instituto y,
desde entonces, nunca nos hemos separado. Somos la definición de uña
y carne salvo por una cosa: ella nunca me ha visto como algo más que
su confidente. Estoy locamente enamorado de sus ojos verdes, sus
labios bien definidos, su carisma, su risa, su buen humor y el amor
que ambos compartimos por Maroon 5. Lleva con su pareja, Elías,
desde que se puso a trabajar y la verdad es que ese tío me cae muy
gordo. La trata como a un objeto pero ella no se da ni cuenta. Yo la
trataría como a una reina, no como un juguete.
“Esta vida es una
verdadera mierda.” En unos días iba a ser el cumpleaños de mi
amiga y he estado ahorrando durante meses para llevármela de viaje a
París, donde le declararía mi amor. Necesitaba alejarla de su novio
como fuera, debía hablar con ella a solas. Estaba sentado en mi
despacho observando los resultados del equipo de I+D+I de los modelos
de autobuses interurbanos y, de repente, me interrumpió mi
secretaria.
—Señor.
—¿Ocurre algo, Mónica? —le
pregunté con cierta familiaridad.
—Una mujer llamada Amanda
Ramos le está buscando. —Mi cara, que en ese momento era
inexpresiva, cambió por completo y se convirtió en una de alegría.
—Hazla pasar, por favor.
—En seguida, señor Núñez.
Tras esto, cerró con cautela
la puerta de mi oficina y me arreglé un poco antes de recibir a mi
chica especial. Amanda apareció abriendo la puerta delicadamente con
una mirada que expresaba tristeza. Me fijé en que llevaba puesto una
camiseta azul a juego con sus pantalones. El conjunto lo remataba con
unos tacones que me hacían tener fantasías siempre que se los veía.
Me levanté de la silla y fui a abrazarla rápidamente con cara de
preocupación, por lo que fuera a decir.
—Eh, ¿qué te pasa? —le
dije al ver que lloraba mientras estaba entre mis brazos.
—Marcos, estoy destrozada.
—Me dijo con voz rota.
—¿Por qué?
—He pillado a Elías en la
cama con mi hermana.
—¡¿Con Samanta?! —asintió
apoyando su cabeza sobre mi pecho, provocando que mi camisa blanca se
mojara con sus lágrimas.
—Cuando me los encontré en
la cama, ni siquiera me dieron explicaciones. Simplemente me
observaron y siguieron.
—¡Qué pedazo de hijos de
puta! ¿Dónde te quedarás esta noche?
—Había pensado en irme a tu
casa, si no es mucha molestia. —En ese preciso instante, aunque por
fuera reaccionaba de la manera más natural posible, por dentro
estaba eufórico de que mi amiga me eligiera a mí.
—Claro, quédate el tiempo
que necesites. Aquí tienes mis llaves.
Le di un llavero de nuestro
grupo de música que compré en el último concierto que dieron en
Madrid, en el que tenía tres llaves: una para el garaje, otra para
la puerta del edificio, y la última abría mi piso. La di dos besos
y un abrazo para que se calmara y le pedí que, si salía a comprar o
algo, me llamara. Cuando cerró la puerta de mi despacho, esperé
unos diez minutos para poder bailar y cantar Lucky
Strike porque (yo)
había tenido muchísima suerte. Las siguientes horas en la oficina
se me pasaron muy despacio. Quizás fue porque no paraba de pensar en
Amanda, en mi casa, viendo la tele, comiéndose un helado, su suave
piel tocando mi sofá…
Eso último me ponía cardíaco. Menos mal
que nadie mira por debajo de la mesa en las reuniones, sino sería un
cotilleo muy jugoso en la sala de descanso. Terminó mi jornada
laboral alrededor de las cuatro de la tarde y volví a mi ático en
la calle Goya, en el que me esperaba la mujer más hermosa que mis
ojos azules han visto. Mi coche es un Toyota Prius, como no: creo en
los medios de transporte que me dan de comer, pero no soporto el
bullicio. Estuve en medio de un atasco en la calle Alcalá antes de
llegar a mi destino. Durante unos treinta y cinco minutos, me quedé
anonadado por la multitud que caminaba por la acera. La mayoría
estaba tosiendo y no me extrañaba en absoluto.
—Maldita contaminación,
¿qué coño hay que hacer para que las personas entiendan que lo que
afecta al planeta nos afecta a todos? ¿Nivel 2 de calidad del aire?
¡Los cojones! —dije muy cabreado por toda esa maldita situación.
Me encanta Madrid, no tengo
nada en contra de la ciudad, pero no soporto que la gente se queje
por las consecuencias de los actos que comenten. Gracias a Dios que
llegué a mi casa antes de ponerme a gritar como un loco. Amanda
estaba sentada en el sofá, tal y como la imaginé. Con un albornoz
negro que le cubría todo el cuerpo excepto por debajo de las
rodillas, comiéndose un helado de yogurt mientras veía “El diario
de Bridget Jones”.
Cuando se sacó la cuchara de la boca, noté su
expresión de melancolía por el subnormal de su novio. La observé
un tiempo hasta que las ganas de consolarla ganaron a las de quitarle
el batín para devorar su cuerpo y me acerqué a ella. Me dejó un
sitio para sentarme cerca de ella y la abracé.
—¿Cómo te encuentras? —le
pregunté.
—Un poco mejor, gracias
Marcos. —Me contestó con una sonrisa torcida en su bello rostro.
—Venga, no pasa nada.
—¿Qué no pasa
nada?¡Marcos, Elías me ha sido infiel y, además, con la puta de
Samanta!
—No me malinterpretes. Lo
que quiero decir es que no debes derramar ni una sola lágrima más
por ese gilipollas.
—¿Y quién eres tú para
decirme lo que debo o no debo hacer?
—No tienes por qué ser una
borde. Soy yo siempre el que siempre está en tus buenos y malos
momentos. —Tardo un poco en reaccionar porque estuvo por decirme
algo ofensivo, pero se dio cuenta de que era verdad.
—Tienes razón, perdóname.
—No tengo nada que
perdonarte. Te quiero y nunca podré estar enfadado contigo.
—Yo también te quiero,
guapo. —me dio un beso en la mejilla y me miró a los ojos. —Eres
el hermano que nunca tuve.
“El hermano que nunca tuvo”.
Me di de bruces contra el suelo en un abrir y cerrar de ojos. Lo más
doloroso que puede sentir alguien enamorado es que te considere parte
de su familia con la que pasa las fiestas navideñas. Todas mis
esperanzas se derrumbaron con la frasecita de las narices. El resto
de la tarde, yo me quedé en mi habitación escuchando, entre otras
canciones de nuestro grupo,
How,
Goodnight, goodnight
y Sad.
En el estribillo de la última, me quedé mirando al techo de mi
cuarto, que tenía un espejo. No me podía creer que Amanda solo
sentía por mí lo mismo que siente por la perra de su hermana. Más
de una lágrima bajo por mi rostro con el objetivo de empapar las
sábanas de la cama.
Pasadas las nueve de la noche, Amanda me llamó
para que cenáramos. Me sequé un poco la cara para que no se me
notara la depresión que me había ocasionado. Me había preparado mi
plato favorito: tallarines con champiñones, pollo y aceite. La
verdad es que me animó bastante. Ella lo sabía todo sobre mí, y yo
sabía hasta el nombre de su amigo imaginario de su infancia. No
entiendo porque no se dio cuenta de que tenía unas ganas inmensas de
besar su piel toda la noche. Mientras comíamos, la miraba con
admiración. Sus labios relucían por estar cubiertos de aceite de la
pasta.
—Marcos, ¿tengo monos en la
cara? —me preguntó de repente. Tardé un tiempo en contestarle.
—No, no. Es solo que me he
quedado embobado.
—¿Por qué?
“Porque eres la mujer más
encantadora y bella que conozco. No me imagino ni un solo día sin
ti”, pensé.
—Pensaba…en mis cosas. Ya
sabes, medio ambiente, medios de transporte limpios, …
—No te creo. Normalmente
dejas el trabajo apartado siempre que estás en casa.
—Bueno… es que… verás…
—Nunca pensaste que Elías
me pondría los cuernos ¿Es eso? —tenía pensado decirle mis
sentimientos pero preferí seguirle la corriente.
—Sí. —dije asintiendo.
—No me cuadra que el muy cabrón te haya engañado con tu hermana.
—La verdad es que la tía le
tiró los tejos en la Nochevieja pasada. Yo no le di importancia
porque siempre está copiándome, pero nunca imaginé que llegaría
hasta este punto.
—Bueno, la culpa no es tuya.
Eres una mujer impresionante y todas deberían imitarte.
—¿Impresionante?¿En qué
sentido? —intenté que no se notara mi interés por ella de forma
desmedida.
—Ya sabes. Eres lista,
divertida, alegre, atractiva… —nada más decir eso me tapé la
boca.
—¿Acabas de llamarme
atractiva?¿Qué pasa, te molo?
—No, no. No es eso. Me
refiero a que más de un tío querría follar contigo.
—Eso es asqueroso —me dijo
con cara de repugnancia— A saber cuántos salidos habrá por ahí
buscando una chica como yo.
—Aquí hay uno, para nada
salido, y no te das ni cuenta. —dije en voz baja.
—¿Qué decías, Marcos? —me
preguntó Amanda al no entender mis palabras.
—Nada, nada. Que todos somos
iguales. Solo eso.
Me terminé los tallarines y
esperé a que mi amiga hiciera igual. Fregué los platos y la di las
buenas noches antes de irme a la cama. Me quité la camisa abotonada
despacio mientras me miraba en el espejo. Cuando iba a empezar a
quitarme los pantalones, me llamó mi amiga.
—Marcos, ¿puedes venir un
momento?
—¡Sí, sí!¡Ya voy! —salí
de mi habitación medio desnudo para averiguar el motivo de sus
llamadas. —¿Qué quieres?
—¿Soy una mujer horrible?
—¿Qué? No sé a qué te
refieres.
—Me refiero a que pienso que
mi manera de ser espanta a los hombres y quizás, por eso, Elías me
haya engañado.
—¿Otra vez estás con eso?
—le dije con cara de incredulidad por la cabezonería que
presentaba, que no era lo normal en ella. —Amanda, olvídate de ese
tío de una puta vez. Él es un mierdas y no debes darle mayor
importancia.
—¿Pero y si él es el único
hombre con el que puedo estar?
—¡¿Cómo va a ser el único
hombre con el que puedes estar?! ¡Chica, el mar está lleno de
peces!
—¿Y crees que alguno de
esos peces caerá en mi red?
—Claro que sí. Solo tienes
que darle tiempo al tiempo.
—Está bien. Gracias, guapo.
—me dio un beso en la mejilla y se fue al cuarto de invitados.
Yo volví a mi cuarto y
terminé de desvestirme. Me dejé el calzoncillo puesto y me metí en
la cama. Estuve un tiempo mirando al techo de la estancia hasta que
me pesaron los ojos de sueño. Volví a abrirlos al cabo de un rato,
seguramente una hora o por ahí. Miré la puerta de mi cuarto un
instante antes de volver a cerrar los ojos, pero un ruido me
interrumpió: estaban llamando a la puerta. Me levanté de mal humor
porque sabía exactamente lo que me iba a decir Amanda. Giré el pomo
esperando su respuesta más recurrente para estos casos, es decir,
“Elías y yo hemos hecho las paces.”, pero me sorprendió.
—Amanda, ¿qué quieres?
—A ti, Marcos.
Me sorprendí por su
respuesta. Se me pusieron los ojos como platos y abrí la boca, que
ella aprovechó para besarla. Sus labios eran justo como me los había
imaginado, carnosos y sensuales. Sus manos acariciaron mi cara y
pasaron a mi cuello. Yo separé su boca, aunque no tenía ninguna
gana de hacerlo.
—Espera, espera, espera. ¿A
qué viene esto? —le pregunté.
—Sé que me deseas y yo
también a ti.
—No me lo dejas muy claro.
—He sido una estúpida por
haberte tratado como mi confidente. No me daba cuenta de que se te
partía el corazón siempre que estaba con mis novios. Perdóname.
—sus ojos estuvieron a punto de llenarse de lágrimas, pero la besé
antes de que rompiera a llorar. La separé al cabo de un rato para
calmarla con mis palabras.
—No tengo nada que
perdonarte. Cada día que he pasado a tu lado desde que te conozco,
ha sido inolvidable. No me imagino mi vida si no estás en ella.
Yo sabía que tenía labia,
pero hasta ese momento no me di cuenta del talento que había
desarrollado. Nuestros labios se volvieron a juntar y mis manos
pasaron por su espalda, rozando su sujetador mientras subían hasta
sus omóplatos. Las manos de Amanda se apoyaron en mi torso y mis
labios bajaron a su cuello, que provocó un gemido de placer por su
parte. Mis brazos bajaron hasta sus nalgas y las agarré, para luego
elevarla por encima de mí. Sus labios buscaron los míos y
encontraron el premio.
Di media vuelta con el cuerpo de mi amiga en
el aire y la tumbé delicadamente en la cama para poder disfrutar de
ella con más facilidad. Le quité el sujetador y le acaricié la
cara mientras mi boca bajaba por su cuello y saboreaba su piel. Paré
un momento en su pezón derecho para endurecerlo con la lengua. Un
suspiro de placer salió de la boca de mi amiga: estaba disfrutando
con los movimientos de órgano de mi lengua. Dejé sus pechos y le
quité el tanga para poder verla totalmente desnuda. Separé sus
piernas y observé su feminidad en todo su esplendor. No me pude
resistir y metí mi cabeza entre sus piernas para deleitarme.
Buscando su punto G, ella soltaba más de un grito de gusto. Sus
ruidos me ponían a cien, tanto que creció un bulto por debajo de mi
estómago. No sé si se dio cuenta de que mi falo estaba erecto, pero
me dijo jadeando:
—Marcos, hazme tuya.
Llevaba esperando esas
palabras toda mi vida. Me bajé el bóxer, cogí un preservativo que
tenía en la mesilla y me lo puse antes de atravesar sus barreras.
Nada más ponérmelo, di el empujón necesario para que nuestros
cuerpos se fusionaran, provocando un gemido al unísono. Volví a
embestir, entrando más adentro de su interior. Todo su cuerpo me
revolucionaba. Ella lo era todo. Cambiamos de posición, siendo ella
la que estaba encima. Nuestros movimientos fueron en aumento y el
tono de nuestros gritos hicieron igual. El placer de mi miembro se
transmitía a toda Amanda a través de su vagina. Mi cuerpo estaba
llegando a su límite y tenía que aguantar porque mi amiga seguía
el mismo camino. Hubo un momento en el que no pude más y grité el
nombre de mi amiga.
—¡Amanda!
—¡Marcos! —dijo después
de mí.
Llegamos justo al mismo
tiempo. Nuestra actividad tendió a disminuir y Amanda apoyó su
cuerpo sudado sobre el mío. Mis latidos iban acorde con los suyos.
Cuando nos calmamos, nos miramos. Adoraba ver sus ojos de esmeralda,
aunque la oscuridad de la noche no me dejara distinguirla. Ella me
susurró algo al oído, pero no entendí sus palabras.
—Perdona, ¿qué me has
dicho? —le pregunté con curiosidad.
—Despierta, Marcos.
—¿Qué?
—Despierta, dormilón.
—¿Qué despierte? —mis
ojos de repente se abrieron y se encontraron a una mujer vestida y
con una sonrisa de oreja a oreja.
—Despiértate, que te pegas
a las sábanas.
—¡¿Qué?! ¿Pero qué hora
es?
—Las diez y media de un
sábado por la mañana. Perdona que no pueda desayunar contigo, pero
he quedado con Elías.
—¡¿Con Elías?! —no daba
crédito a lo que estaba escuchando.
—Sí. Se arrepiente de
haberse enrollado con mi hermana, y quiere que vayamos a terapia de
pareja. Gracias por dejarme tu cuarto de invitados toda la noche. —me
dio un beso en la mejilla y se alejó hasta la puerta. —Eres el
mejor. Te adoro.
El sonido de la puerta rompió
el silencio incómodo que circulaba por la estancia. Mi mente tuvo
uno de esos momentos en los que charlaba conmigo mismo. “¡¿Pero
qué coño ha pasado?! ¡¿Se puede saber qué ha pasado?! Había
hecho el amor con mi mejor amiga y, sin comerlo ni beberlo, me
despierta para decirme…¡Oh, mierda!¡Ha sido un puto sueño! He
dormido durante toda la noche y mi mente me ha jugado una mala
pasada. He soñado que me tiraba a Amanda cuando, en realidad, ella
se había quedado dormida en el cuarto de invitados. No había pasado
nada entre nosotros.”
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