¡Hola! Hoy os traigo a una autora pamplonica, Idoia Saralegui, que nos presenta su obra La proposición de Carola. Una obra que descubrí en Twitter y que me llamó bastante la atención. Mi curiosidad me llevó a leerla, y he de decir que es sorprendente. Una proposición, que te hará estar pegada al libro desde que lo empiezas, una historia que te atrapa y en la que disfrutarás junto a sus protagonistas de sus encuentros y desencuentros.
¿Os apetece conocer un poco más a Idoia y a Carola a través de su primer capítulo? Vamos allá.
¿Quién es Idoia Saralegui?:
BIO
Idoia Saralegui San Sebastián
(Pamplona, 1971) se inicia en la literatura en la adolescencia,
participando en el Taller de Literatura de La Casa de la Juventud que
pone en marcha la revista Doce horas con disnea. Es diplomada
en Trabajo Social por la Universidad de Zaragoza, licenciada en
Psicología Social por la Universidad Pontificia de Salamanca y ha
realizado Cursos de Doctorado en Sociología (Universidad Pública de
Navarra).
Concejala del Ayuntamiento de
Pamplona desde 1999 hasta 2007, ha formado parte de diferentes
asociaciones de solidaridad, ha organizado jornadas y encuentros de
igualdad en Navarra y, desde 2007, es Técnica de Alta Exclusión del
Área de Bienestar Social de Pamplona.
Casada, madre de dos hijas y
un hijo, y empedernida viajera familiar; ha publicado diferentes
relatos, algo de poesía y abundantes artículos en publicaciones
regionales. Con Las dos vidas de Laura ganó el concurso de
relatos “Se busca escritora”, convocado por la revista MUJER DE
HOY y el Consorcio de Turismo de México. Actualmente se encuentra
enrolada en PROYECTO 30 de fotografía creativa, y alimenta el
blog familiar FÁBRICA DE IDEAS EDEN-TXIKI junto a sus dos hijas.
La autora en Facebook
La novela en Facebook
Twiter: @idoiasaralegui
FÁBRICA DE IDEAS EDEN-TXIKI
Conozcámos de qué trata la novela:
La abogada Carola Sanchís le
hace a su amigo Alejandro Ney una sorprendente propuesta para tratar
de superar la muerte de su marido. Pero Alejandro oculta un secreto y
piensa que si acepta la proposición de Carola alguien puede salir
herido.
La vida, la muerte, la
distancia y una inesperada desaparición le hacen comprender al
periodista que, a pesar de los riesgos, esta es la aventura que
siempre ha querido vivir.
Una novela intensa, palpitante
y conmovedora que nos traslada desde Belferí hasta la selva
colombiana. Porque competir contra un vivo puede ser muy difícil;
pero hacerlo contra un muerto… es imposible.
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Qué opinan de ella las lectoras:
Es una historia en la que no sólo la parte romántica de ella toma partido. Existe amor, encuentros, desencuentros, pasión...... y todo ello envuelto en una trama super apasionante, que te absorbe poco a poco desde el principio. Sinceramente, me ha impresionado..... me gusta bastante la narrativa y el desenlace.
Que historia mas intensa y preciosa!!! De lectura fácil que te engancha poco a poco y cuando te das cuenta estas inmersa en una aventura llena de dolor, desencuentros, mucho mucho amor y súper romántica. Que gran descubrimiento os la recomiendo totalmente.
Una novela muy fácil de leer y entretenida que no te deja parar porque quieres saber a cada momento lo que va a pasar después.
Hay momentos en los que cojerías a Carola o a Alejandro y les darías un tirón de orejas por cabezotas!!!
La proposición de Carola
−Te voy a hacer una propuesta. Sé que te va a chocar, pero necesito que me escuches hasta el final.
Carola había citado a Alejandro Ney en el bar irlandés que habían inaugurado un par de meses antes frente a los juzgados de Belferí donde ella trabajaba. Había decidido que, para tratar un tema tan delicado lo mejor era aprovechar la hora libre que tenía esa mañana entre un juicio y el siguiente. Aquel otoño estaba siendo bastante complicado. Sentía que se le amontonaban los casos, las citaciones, los expedientes y los clientes llenos de prisas. Ejercer la abogacía le gustaba y, últimamente estaba ganando dinero; pero dedicaba tanto tiempo a su trabajo que, a veces le preocupaba que las niñas se sintieran un poco abandonadas. Estaban en una edad difícil y necesitaban mucha atención. No era fácil ejercer de madre y de padre al mismo tiempo.
−Soy todo oídos –la animó Alex, con una afectuosa sonrisa.
Se sentía cómoda con él. Se conocían de toda la vida y juntos les había tocado vivir cosas buenas y malas; pero sabía que aquella vez le iba a resultar difícil exponerle la idea que llevaba semanas rondando por su cabeza. Cruzó los dedos debajo de la mesa, confiando en que su experiencia como abogada le sirviera, por lo menos, para articular un discurso coherente. Sabía que lo que iba a decir le causaría un fuerte impacto a su amigo.
−Te advierto que es un tema un poco delicado –continuó ella, bajando la voz.
Aquel bar no solía estar muy frecuentado y esa era la principal razón por la que lo había elegido. Seis o siete personas dispersas por las mesas, ojeando el periódico mientras se tomaban el café. La mayoría, solos. Seguramente, abogados con asuntos que resolver en los juzgados de la acera de enfrente. Carola también lo frecuentaba a menudo. Se sentía cómoda en aquel local de aire antiguo, con los carteles publicitarios de cerveza irlandesa, el suelo de madera envejecida que crujía un poco al pisarlo y aquellas mesas rústicas con sillas desparejadas. Le gustaba aquel sitio y, sobre todo, la mesa del fondo, la que había elegido aquel día para garantizarse un poco de intimidad.
−Me empieza a intrigar tanto misterio, –dijo Alex, riéndose −pero, tranquila, Carola, la cosa no puede ser tan terrible…
−No… ¡Si no lo es! −se apresuró a contestar ella –Simplemente es algo raro; un poco incómodo, seguramente. Le he dado muchas vueltas al problema y pienso que es la única solución.
−Entonces, cuéntamelo de una vez y deja de remover el café o te lo vas a tener que tomar del platillo.
Los ojos de Alex brillaban cada vez que sonreía. Era un hombre sólido, de manos grandes y sonrisa ancha. Uno de esos hombres con los que una mujer se siente protegida, solían pensar sus novias. Hasta que al final, demasiado tarde, comprendían que aquello era solo una fachada. En cambio, con Carola y las niñas siempre se había portado bien. Las había acompañado y las había ayudado en lo que estaba en sus manos. Siempre pendiente de todo lo necesario para que ellas pudieran continuar su camino después de la tragedia.
−La semana pasada hizo un año desde que murió Carlos. Ha sido un año terrible.
No pensaba ponerse a llorar. No era el momento. La muerte de Carlos había sido un mazazo para todos. El mejor marido del mundo. El amigo más querido. Un cáncer fulminante. Sin solución, dijeron los médicos. Carlos solo vivió un mes desde que se lo detectaron y lo aguantó todo con tal de morir en su casa y en su cama, rodeado por los suyos.
Aquel había sido también el mes más largo en la vida de Carola. Y el más doloroso, pensaba ella entonces. No sabía que lo peor estaba por venir. La tristeza profunda, el vacío, la soledad mordiéndole las tripas a pesar de sus esfuerzos por salir adelante. Aunque solo fuera por las niñas, tenía que hacer aquel esfuerzo. Valentina y Lucía tenían doce años cuando murió su padre y no podían perder también a su madre entre los recovecos de una depresión. Se merecían crecer y ser felices. Era lo mínimo que podía ofrecerles después de lo que habían sufrido.
−Ha sido un año muy largo –susurró Alex, comprensivo –Le hemos echado de menos, ¿verdad?
Habían echado de menos a Carlos durante aquellos últimos doce meses… Él era siempre el centro de todo. La argamasa que unía a los amigos. El alma de las fiestas y el organizador de los momentos más felices.
−Mucho… Pero ha pasado un año. Los psicólogos dicen que ese es el periodo máximo que se le puede conceder al duelo. Después, por mucho que supure hay que seguir adelante si no quieres convertirlo en algo enfermizo.
−Estoy completamente de acuerdo. Tienes que seguir adelante. Por ti y por las niñas.
La voz de Alex sonaba dulce y comprensiva. Como siempre. Pero Carola no iba a quedarse en aquello. Iba a exponer su propuesta y, después, volvería al trabajo, con una respuesta. Bebió un sorbo del café y pensó que se le había enfriado demasiado y ya no sabía bien, así que apartó la taza a un lado para que no le molestara e invadió un poco la mesa acercándose más a Alex.
−Y precisamente de eso va mi propuesta –se lanzó en picado, para no echarse atrás –No quiero que me interrumpas. Cuando termine podrás decirme todo lo que piensas pero antes no, por favor. Si no, no me atreveré nunca a terminar lo que quiero plantearte.
−Soy todo oídos. Prometo no decir ni una palabra hasta escuchar lo que me tengas que decir.
Carola se echó un poco más hacia adelante y apoyó los codos en la mesa. Cogió una servilleta de papel y empezó a romperla en pedazos diminutos que iba convirtiendo en pequeñas bolitas para mantener las manos ocupadas. En realidad, lo que le apetecía era fumarse un cigarro, pero ya no se podía fumar en los bares como cuando era joven. Tampoco es que ella hubiera sido nunca una gran fumadora pero desde la muerte de Carlos había vuelto a enredarse en el tabaco. Al fin y al cabo, su marido nunca había fumado y había muerto con cuarenta y cinco años y sin que la enfermedad le diera ni un solo día de tregua.
−Quiero intentar pasar página, Alex. –dijo sintiendo que el corazón se le aceleraba conforme empezaba a rondar el fondo del asunto −Hace ya siete meses que volví a trabajar y tengo que reconocer que estar ocupada me ha sentado muy bien. He dejado de mirarme el ombligo. Defender a gente en problemas es algo que me gusta…
−Y lo haces muy bien.
−Te he dicho que no me interrumpas –se quejó, mirándole muy seria −Si no, contarte el resto va a resultarme imposible.
−Vale, vale… Me callo –concedió Alejandro. Empezaba a sentirse intrigado.
Carola, mientras tanto, inspiró profundamente para atreverse a continuar.
−Las niñas se están haciendo mayores y empiezan a hacer su vida. Tú sabes que son dos crías felices a pesar de lo que les ha tocado vivir. Están en edad de separarse de mí y empezar a salir con sus amigas. En nada, les empezarán a gustar los chicos − ¿Por qué no podía encenderse un maldito cigarro mientras decía aquello? No era tanto pedir… −Y de eso va lo que te quiero pedir. De los chicos… Supongo que, algún día, yo también querré volver a salir con alguien…
Carola pudo ver perfectamente el gesto de sorpresa en la cara de Alex.
Aquello era lo último que él esperaba escuchar esa mañana.
− ¿No me estarás pidiendo permiso? –se le había borrado la sonrisa y la miraba muy serio −Eres una mujer adulta y ya sabes que pienso que retomar tu vida es lo mejor que podrías hacer.
−La verdad, Alex, es que no te estoy pidiendo permiso para salir con nadie. Es un poco más complicado…
−Me parece que después de esto ya estoy inmunizado, Carola –se rio él, más tranquilo.
Ella sabía que para lo que iba a plantearle no lo iba a estar, pero también que era lo mejor que podía hacer, dadas las circunstancias. Él era el mejor amigo que tenía en el mundo. Alguien en quien había aprendido a confiar ciegamente en los buenos y en los malos momentos.
−Me da hasta pereza empezar a conocer gente nueva con toda la falta de entrenamiento que llevo encima. Escucho a mis amigas hablar de sus aventuras y las veo tan sueltas, tan seguras… Hasta las niñas saben ya jugar a este juego mucho mejor que yo –respiró con dificultad mientras decía aquello, como si estuviera subiendo una cuesta muy empinada que le cortaba el aliento –En cambio yo… me siento como una anciana. No sé qué tengo que hacer o decir. No me imagino coqueteando con alguien.
−Eso es normal, Carola; pero todo encajará cuando encuentres a la persona adecuada.
Alejandro empezaba a sentirse incómodo. No le gustaban las conversaciones de chicas. Él se manejaba bien con las palabras, para eso era periodista. Podía pasarse horas hablando de futbol, de política, de coches… No de sentimientos. Al poco de divorciarse se había comprado una moto enorme para superar el trauma sin necesidad de aburrir a nadie con sus lamentaciones. Carlos y Carola siempre le habían dicho que aquel era un símbolo fálico demasiado evidente que utilizaba para atraer a chicas jóvenes y ávidas de nuevas emociones… Tal vez. En cualquier caso le parecía mejor que andar aburriendo a nadie con sus problemas amorosos.
Pero conversaciones de chicas, no. ¿Por qué no había quedado Carola con Sofía o con Leyre? Cualquiera de sus amigas de toda la vida le hubiera sido de más ayuda para abordar aquel asunto. Estaba convencido. Él no le iba a poder ser de gran ayuda.
−El problema, Alejandro, es que no estoy buscando a la persona adecuada –se había acalorado y Alex pensó que, si aquella conversación le estaba suponiendo tanto esfuerzo, debería ahorrársela y hacerles un favor a los dos –No me malinterpretes. Tampoco es que me quiera ir a la cama con el primero que pase. Simplemente, no estoy buscando una pareja. Ya tuve a Carlos y nadie va a poder ser ni la décima parte de bueno, así que no creo que merezca la pena intentarlo. No es eso lo que necesito.
−Pero, entonces ¿qué quieres? –el periodista empezaba a cansarse de tantos vericuetos. Él era más directo.
−Creía que tú me podrías entender –atacó Carola con una voz que más bien parecía estar pidiendo ayuda −Al fin y al cabo, tú sales con muchas chicas pero tienes muy claro que eres alérgico al compromiso.
−Y necesitas que te dé un cursillo, o algo por el estilo…
La puerta del bar se abrió y entraron dos hombres que tendrían alrededor de cincuenta años. Hablaban alto mientras se dirigían hacia la barra a pedir sus cafés. Parecían enfrascados en un debate sobre las cifras del paro que se habían conocido aquella misma mañana pero Carola, por si acaso, volvió a acercar el cuerpo a la mesa y bajó aún más el tono de voz. Si alguien escuchaba lo que iba a decir, se moriría de la vergüenza.
−Algo así como un cursillo. Mi propuesta es la siguiente: −tomó aire. O lo decía de golpe o no lo haría nunca –Me gustaría invitarte a pasar un fin de semana conmigo. Los dos solos, ya me entiendes. Estoy desentrenada y necesito aprender un par de cosas con alguien de confianza. No quiero hacer el ridículo en un futuro.
Carola no se atrevía a levantar los ojos de las bolitas de papel que había desperdigadas por la mesa y Alex se lo agradecía. No se podía creer lo que ella acababa de pedirle.
−¿Me estás proponiendo que me acueste contigo?
Estaba tan sorprendido que la pregunta se le había atragantado.
−Supongo que sí –Carola, por fin, se atrevió a levantar la cabeza y sostuvo la mirada de su amigo. Quería dejarle claro que estaba decidida y que aquello no era ningún capricho –Sé que suena fatal, pero necesito tu ayuda. Me estoy haciendo vieja. Me estoy apergaminando como una momia egipcia, y no lo pienso permitir. Necesito volver a sentir que gusto, que me miran, que la vida es bonita…
−Sabes perfectamente que eres muy guapa y que cualquier hombre estaría encantado de poder salir contigo.
−Entonces, ¿eso es un sí?
Alex la miró fijamente, como si fuera a decir algo muy importante y quisiera exponerlo lentamente para que ella consiguiera entenderlo.
−Es complicado, Carola. ¿Por qué me lo pides precisamente a mí?
Carola ni lo dudó. Sabía la respuesta.
−Porque aún estoy débil y no puedo permitir que alguien me haga más daño. Porque eres mi amigo y de ti sé que no me voy a enamorar a estas alturas.
Él agachó la cabeza. Parecía cansado.
−Desde mi punto de vista precisamente ese es el problema. Nos conocemos desde hace casi veinte años y no quiero que lo estropeemos todo por una tontería.
Tal vez no debía haberle dicho que su propuesta era una tontería, pero estaba tan desconcertado que no conseguía pensar con claridad. Conociéndola como la conocía, suponía que aquello no le estaba resultando nada fácil; pero a él tampoco.
−No vamos a estropear nada –dudó ella −Lo he pensado mucho y tengo dos condiciones que, si te comprometes a cumplir, nos van a hacer mucho más fáciles las cosas.
− ¿Condiciones? –Alex estaba perplejo y sabía que hasta el tono de su voz lo reflejaba –Supongo que ya nada de lo que me digas me puede sorprender.
−No te preocupes, Alex. No es nada raro. Por lo que sé, no tengo ninguna perversión sexual destacable –sonrió Carola tratando de destensar el ambiente.
−Lástima. Hubiera sido un incentivo –se rio él, agradeciendo el respiro.
−Podemos negociarlo –sonrió, afectuosa −pero, antes, déjame que te cuente mis condiciones de cara al futuro.
−Cuenta. Soy todo oídos.
Eso iba a hacer. Lo mejor era zanjar el tema una vez que se había atrevido a soltar aquella bomba.
−Lo primero que quiero pedirte es que, si finalmente decides aceptar mi propuesta, no se lo cuentes a nadie. No me gustaría que nuestros conocidos empezaran a cuchichear sobre nosotros. No lo soportaría y, además, eso sí que nos daría problemas.
−Ya me conoces –afirmó Alex con una sonrisa triste que le subía hasta sus bonitos ojos verdosos −Siempre he sido discreto.
Carola no quiso recordarle la vez que conoció a aquella veinteañera exuberante que hacía prácticas en el periódico. Estaba tan orgulloso de su aventura con ella que durante unos días no había sabido hablar de ninguna otra cosa.
−Pero, si decides aceptar necesito que me lo prometas, Alex. Para mí es muy importante.
−No te preocupes, Carola. Nadie va a saber ni una palabra de esta conversación.
No. No pensaba contárselo a nadie. La apreciaba demasiado como para que se supiera aquello y todo el mundo a su alrededor empezara a opinar.
−Te lo agradezco, Alex.
−¿Y la segunda condición, cuál es?
Alex no podía dejar de mirarla. Estaba concentrado en cada gesto de ella como si entre todas aquellas palabras pudiera descifrar algún misterio.
−La segunda es aún más importante. –puntualizó la abogada sosteniendo su mirada −Prométeme que a la vuelta seguiremos siendo amigos. Tal y como tú has dicho, no podemos estropear una amistad como la nuestra por una tontería. Yo sé que no me voy a enamorar de ti, pero tienes que prometerme que tú tampoco te vas a terminar enamorando de mí.
−No te preocupes, Carola. Me conoces de siempre y sabes que yo nunca me enamoro.
Carola pensó en Alicia, la exmujer de Alejandro. Posiblemente, aún seguirían juntos si no hubiera sido porque ella no quería tener hijos y, cuando él se lo propuso, se fugó con su entrenador de spinning. Era cierto que a partir de entonces él había tenido decenas de novias de quita y pon y que ninguna de ellas había conseguido tocarle el corazón.
−Por eso confío en ti. –Le sonrió con cariño la abogada, mirándose el reloj
–Siento si esta conversación te ha resultado incómoda porque sé que lo es, pero, ahora debo volver al juzgado. Tengo un juicio dentro de una hora y antes he quedado con mi cliente ¿Puedo contar contigo?
−No sé qué decirte –respondió Alex −pero lo que si te puedo prometer es que pensaré en lo que hemos hablado.
−Entonces, esperaré tu respuesta.
Carola se había levantado de su silla. Se puso la gabardina y, después de recoger el bolso y colgárselo al hombro, se acercó a darle dos besos a Alejandro.
Dos besos en las mejillas; besos de amigos.
−Espera, que voy a pagar los cafés y salimos juntos –dijo él, haciendo el gesto de levantarse también.
−Prefiero que no. –le contestó, mientras se alejaba de la mesa −Hoy te invito Carola se acercó a la barra a pagar los cafés y, después, se volvió hacia
Alejandro y le sonrió mientras le despedía agitando la mano. Él seguía sentado en la mesa pero, en cuanto la vio salir por la puerta, se acercó al camarero y pidió una cerveza.
Tenía la boca seca y estaba muy alterado por lo que acababa de escuchar. Cualquiera hubiese agradecido la oportunidad que se le presentaba; pero él no. Para él, Carola siempre había sido sagrada.
*Esta obra está debidamente registrada en el Registro de la propiedad intelectual. Queda totalmente prohibida la reproducción y/o publicación en otros medios que no sean el presente blog, de cualquier fragmento de esta obra sin el expreso consentimiento de la autora Mary Odds. Todos los derechos reservados.
Quiero agradecer a Idoia Saralegui su colaboración y amabilidad, y espero que tengas mucha suerte en este camino que comienzas. ¡Gracias Idoia! ;)
El blog no se responsabiliza de las erratas que puedan contener. Gracias.
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