Cuando Iona decidió
regresar a los Estados Unidos para retomar su vida y huir de toda
aquella locura, no contó con el hecho de que ya no era la misma mujer
que se había marchado semanas atrás y todo se lo debía a ese maldito
escocés.
Connor no estaba
acostumbrado a ir tras una mujer, ni que esta fuera su díscola y
cabezota esposa por un azar del destino. Cruzar el atlántico para
recuperarla parecía un buen plan, siempre y cuando ella aceptase esta
vez sus términos y no saliese corriendo de nuevo.
Ninguno podría resistir eternamente, antes o después sucumbirían a la última tentación.
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